Hace unos años, a pesar de los 42 que tenía, me hice un planteo profundo en cuanto a lo que estaba comiendo.
Esto me impulsó a buscar un lugar para aprender a cocinar y elegí los cursos de una reconocida escuela que me parecían más apropiados para lo que quería.
 

Paralelamente mi primo hermano Marcelo, egresado del IAG –quién hoy desempeña funciones en el Grand Hyatt de Dubái- me contaba las técnicas que aprendía y, sobre todo, cómo las aprendía. Eso me llevó a realizar las consabidas comparaciones y, lógicamente, prefería continuar donde estaba ya que, entre otras cosas, estaba cómodo.

El tiempo siguió pasando y con él los cursos. Entonces nació mi hija Milagritos y me hice un nuevo cuestionamiento: ¿y si en vez de hacer cursos hacía la carrera? Aunque una carrera implicara un esfuerzo mucho mayor en cuanto a compromisos, tiempo, en fin dedicación.

La decisión no fue sencilla y más cuando se tiene una profesión, un trabajo y ahora una familia. Cuando estas variables entran en juego las pasiones se dejan de lado y se trata de ser lo más objetivo posible -para ese entonces, mi primo estaba haciendo una pasantía en el restaurante de Martín Berasategui, y preferí no molestarlo-. Entonces, en base a sus recomendaciones decidí salir de mi zona de confort e ir a conocer las instalaciones del IAG. A priori, la imagen que tenía era la de un lugar frío, con profesionales de primera, pero distantes ya que se trataba de una institución de renombre con muchísimos alumnos. Pues bien, con todo esto, di el paso.

Primera impresión. Buena. Fui atendido con suma cordialidad y respeto. Pero bueno, eso es común, después de todo yo me presentaba como un posible alumno. Recorrí las instalaciones y mientras miraba los espacios, las herramientas y los talleres observaba a las personas con las que me iba cruzando. Alumnos, ayudantes, docentes, personal de administración y maestranza, parecían vibrar en una misma nota. Eso sí que me llamó mucho la atención. Además todos tenían una expresión de satisfacción que había visto en pocos lugares a lo largo de mi vida. La expresión propia del que está satisfecho. De aquel que siente orgullo por lo que hace, por cómo lo hace y por dónde lo hace.

Entonces hice un click.

Bajo palabra, les aseguro que no quería irme de ahí. Ahora mismo mientras lo escribo, lo recuerdo y me siento emocionado. A mi edad y después de haber conocido y pasado por diversas casas de estudios, les aseguro que volver a experimentar eso es maravilloso. Y “eso” tiene nombre. Se llama: “mística”.

No lo dudé un segundo más. Fui a las oficinas y pedí mí incorporación. Ojo, no digo que me anoté ni que me inscribí: me incorporé, porque es eso lo que también sentí. No solo iba a aprender técnicas de cocina, sino que iba a ponerle el cuerpo. Ni bien me dieron el vale para el uniforme, bajé a encargarlo. Ah! me olvidé de un detalle importante, esto ocurrió los primeros días de octubre y yo recién comenzaría en marzo del año siguiente.

Finalmente llegó el día. Como dicen en el campo, me salía de la vaina… Y arrancamos.

Desde el primer día hasta hoy, no hago más que sorprenderme. De inicio nomás, mi Maestro de Cocina I es un ejemplo desde todo punto de vista. Su técnica, su destreza y humildad me empujan a la superación en cada paso. Su Asistente, al ritmo, lo sigue y nos impulsa a mejorar. Pero eso no es todo. También está el Taller de Prácticas Libres, donde me encontré con docentes de primer nivel dispuestos a pulir nuestro aprendizaje. Capítulo aparte son los Seminarios que, además de ser gratuitos, funcionan como un complemento pedagógico a todo lo que se estudia. Nuevamente la magnitud de los docentes impresiona. Sé que mis compañeros jóvenes tal vez no puedan valorar esto, pero les aseguro que no es frecuente. El tiempo les va a confirmar lo que les digo. Y todo esto se resume en un vocablo: “excelencia”.

Por eso, cada vez que tengo Clases Prácticas o que voy a ir al Taller de Prácticas Libres, cuido que mi uniforme esté para ser presentado al detalle. Primero por orgullo personal y después porque, cuando camino por los pasillos, miro a los docentes y veo la imagen que deseo proyectar.

Otro aparte son mis compañeros. Un grupo humano entrañable, que sólo se puede dar en un lugar y un espacio como éste.

  

Es por todo esto que hice mi opción por el IAG. ¡Y la hago todos los días!

  

Ahora estoy seguro -cuando voy de un lugar a otro por el Instituto- que si me cruzo con algún aspirante, él me verá como parte de “eso” que yo mismo sentí cuando estuve en su lugar… y “eso” lo hará correr a la Secretaría sin dudarlo, para incorporarse.

Ricardo J. Urresti
Alumno de 1er. Año
Carrera de Profesional Gastronómico